La nueva producción de Amenábar, ‘Mientras dure la guerra’, debe retratar el radicalismo argumental que siempre ha radicado en nuestra sociedad.

Las críticas negativas al cine español abundan como los churros con chocolate en miles de negocios hosteleros cuando el invierno acecha en nuestro entorno. Existen personas que lo catalogan de predecible y plano por el exceso de comedia sencilla para los corazones del público, mientras que otras voces claman al cielo por el abuso de producciones enfocadas en la Guerra Civil.

Ante esta tesitura, uno puede intuir que la película Mientras dure la guerra, sacada de las entrañas del célebre escritor chileno Alejandro Amenábar, puede ser considerada como desproporcionada por candidatura a los Óscar. Su creatividad ha quedado enfocada en un periodo negro de nuestra historia que ha dejado tantos guiones que resuenan cada año como la mismísima canción del verano. Por ejemplo, ¿cuántas veces ha sido recordada la muerte de Lorca, de las trece rosas o de miles de burgueses en Paracuellos o la fuga de Machado hacia Francia?

Este grupo de críticos no ha perdido su punto de razón. No obstante, cada rincón de la geografía española atesora una novela ejemplar que relatar, ya que existen maestros, escritores, periodistas, científicos, abogados o políticos que dejaron una impronta como fábula sacada de una tragedia griega. Una de esas voces que no ha tenido la repercusión mediática de otros autores perteneciente a la Generación del 27 es Miguel de Unamuno.

El escritor y catedrático retrata cómo la opinión política puede navegar por distintos mares en función de la marea que azote el ambiente. El propio Miguel es una prueba de ello, ya que pasó de criticar duramente las maniobras de las fuerzas izquierdistas en la II República a enfrentarse públicamente a las tropas golpistas en el paraninfo de la Universidad de SalamancaEl territorio castellano-leonés fue testigo de cómo le sacó los colores al sublevado Millán-Astray. 

Imagen de ‘Mientras dure la guerra’ | Imagen: Imagen promocional

Sin duda, esta trama tan real como la vida misma puede demostrar que el ser humano está condenado a repetir la historia, pero con matices distintos como respuesta al contexto en el que se encuentran. ¿Cómo podemos demostrar este fundamento? Pues muy sencillo, hagamos un ejercicio analítico en redes sociales, por ejemplo, Twitter, un espacio en el que el cuñadismo gana a la sensatez.

En esta red social hay, con frecuencia, faltas de respeto y etiquetas, en muchas ocasiones erróneas, ante cualquier opinión vertida. 

Este ejemplo, que se está convirtiendo en el pan nuestro de cada día, es una muestra de la intolerancia hacia las ideas ajenas. ¿Por qué todo tiene que ser blanco o negro? Y ojo, no solamente en política, también en otros aspectos de la vida. No se puede defender una metodología de enseñanza más tradicional sin desprestigiar a nuevas corrientes pedagógicas o yendo al extremo, no puedes desearle lo mejor de manera simultánea al Real Madrid y al Atlético de Madrid.

Podemos estar de acuerdo en que he puesto dos casos absurdos, pero esta absurdez puede convertirse en un estornudo que desemboque en una pulmonía si no aprendemos a introducir objetividad en nuestro juicio crítico, ya que la perspectiva en tercera persona puede lograr el bien de todos.

De este modo, podemos concluir que la impronta de Unamuno, interpretada por Karra Elejalde, refleja claramente cómo debemos aprender del pasado para coartar las meteduras de pata del presente o, en su defecto, cambiar de opinión hacia lo que antes odiabas puede no hacerte hipócrita, sino una persona llena de honestidad y sabiduría con el fin de adentrarse en el bien común.

 

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